05 octubre 2008

EL NOMBRE DE MI RESACA


Juro que a mis 37 no hay nada peor que la resaca de una desvelada. Al abrir la puerta de mi departamento la única imagen que venia a mi mente era la de mi almohada sobre mi cama sin embargo, al entrar y ver todo en orden, tal y como se había quedado un día anterior, mi mirada se topo con el reloj de pared que marcaba pasadas de las 12. En ese instante solo atino a decir ¡Maldita sea, ya se me hizo tarde!
Una vez más como es mi costumbre tendré que disculparme con Alba por llegar tarde. Haciendo cálculos entre la hora y la distancia que tendría que recorrer para arribar al sur, antes de que mi mejor amiga se pusiera histérica por mi demora llegué a la conclusión que debía tomar un regaderazo de diez minutos si es que deseaba salir a la calle con una apariencia decente
Al sentir la tibia agua recorriendo mi cuerpo, no pude evitar el recordar las manos de Diego deslizando suavemente mi vestido negro. Solo bastaron unas horas para que mis labios se acostumbraran a sus besos y mi cuerpo a su abrazo.
Saliendo de la ducha decidí que lo más rápido y fácil de vestir era unos jeans, una blusa negra y botas. Salí de casa como ráfaga, mientras manejaba trataba de explicarme como fue que una vez más había acabado en la cama con un hombre casado. Diablos, por qué lo hiciste otra vez?!!
¡No cabe duda, el ligar con patanes es lo mío! Bueno, no exactamente, Diego no es un patán, solo un ojo alegre, alguien que con esa expresión de ternura en los ojos, provoca que a casi a cualquier mujer se le olvide que no es un hombre libre, tal y como me paso a mi la noche anterior. Aunque para ser sincera he de reconocer que cuando nos presentaron su sonrisa y su espontaneidad me fascinaron. Que curioso, si en ese instante alguien me hubiese dicho que terminaría pasando la noche con él en un hotel, me habría reído a morir, y no precisamente porque no me atrajera sino por el hecho de creer que en primera era un esposo fiel (¡claro! como si existieran) y además un hombre muy exigente en el sentido estético, cosa que reforcé semanas después al conocer en fotografía a su bella esposa.
Al pasar por un Starbucks, suspendo mis reflexiones solo para pensar que espero sobrevivir a la comida y pedir un americano para lograr mantener los ojos abiertos el resto de la tarde.
Para ser franca, comienzo a sentirme muy mal por mi última aventura pero no sé qué es lo que me hace sentir así. Sé que es una actitud cínica el decir que su estado civil no es lo que me inquieta, como dije no es la primera vez que salgo con alguien casado. La anterior ocasión fue con Pablo que si bien anduvimos antes de que se echará la soga al cuello, el hecho de acceder a tener una vez más relaciones sólo fue mi curiosidad por saber si seguiría siendo tan buen amante como de soltero, la respuesta fue no, pero siendo objetiva tal vez se deba a los años que han pasado desde que fuimos novios.
Casi por instinto, volteo al pasar por el Vips que está a la altura de Lindavista, y obviamente no puedo evitar recordar a Gabriel, quien a unos metros de ahí tiene su consultorio. Es sábado seguramente estará saliendo ya de consulta. ¡Eureka! ¡Que estúpida! ¿Cómo fue que no me di cuenta antes! Eso es lo que me tiene molesta conmigo misma. No es el haber estado con Diego, ni que esté casado, es el hecho de que se entere Gabriel.
Gabriel es el nombre de mi resaca, pues no solo es el mejor amigo de Diego y quien nos presentó sino es la persona con la cual he estado saliendo el último mes. Es hasta ese momento que recuerdo las palabras de mi amante durante la cena “Gabriel es un caso perdido, a ese no hay quien le pueda echar el lazo, según él, el mejor estado del hombre es la soltería”
Ahora comienzo a dudar de lo espontáneo del comentario ya que con eso logró que lo borrara de mi mente hasta ese momento. Si bien sé que a Gabriel no le asustan las aventuras de su amigo, no atino a imaginar cual será su expresión está vez.
Al descender del auto y subir las escaleras eléctricas, decido no contarle nada a Alba, finalmente como le explicaría la causa por la que un buen partido (como le dice ella) sale de mi vida. O peor aún cómo le confieso mi desagradable costumbre de darle la espalda a la posibilidad de una relación madura. Lo más probable es que se lo platique en la próxima comida, mientras tanto tendré tiempo de intentar entenderlo yo misma. Al llegar a la mesa trato de recuperarme de todos mis pensamientos para sonreír mientras escucho ¡Hola Viviana!