20 mayo 2009

NOTA EDITORIAL

¿Será que el mundo se está quedando sin posesia?

MARIO BENEDETTI (1920- 2009)

LA NOCHE DE LOS FEOS ( M. BENEDETTI)

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba transpasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"
"Sí", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."
"Sí."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."
"¿Algo cómo qué?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
"Vamos", dijo.
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

10 mayo 2009

NOTA EDITORIAL

Este es mi tercer intento por escribir una entrada para mi Blog. En el primero de ellos describía lo que ha sido una semana bastante aburrida debido a mi gripe y a la contigencia sanitaria por la influenza en esta ciudad. El motivo por el cual lo descarte fue que después de días de encierro, el casi nulo contacto social para la mayoría de los habitantes de esta ciudad y el bombardeo mediático, se me quitaron las ganas de subir cualquier cosa en relación al tema.

El segundo intento era sobre el malestar que me produce el hecho de estar a principios de mayo y darme cuenta que no he olvidado del todo a alguien que prefiero no nombrar, así que me dije – “¿A parte de los traumas que me dejó todavía le pienso dedicar una entrada más?- Como se imaginarán la respuesta fue -“No”.

De cualquier forma, no todo son malas noticias ya que la fecha también me hizo darme cuenta de que sin proponérmelo, este sitio ha cumplido la nada despreciable cantidad de 2 años!!!! Sé que ha sido bien poco lo que he escrito, que cada día son menos los lectores fantasmas, que igual y este espacio solo es para mi neurosis, mi pésima ortografía y sintaxis, o tal vez sea para ahorrarme lo equivalente a dos años de sesiones terapéuticas. Esas son algunas de las muchas cosas que me digo. Pero lo más importante es que mi Blog me gusta, por lo que todo lo anterior me vale. Así que ni siquiera pienso cuanto tiempo más deseo ocupar un lugar en el ciberespacio, lo único que sé es que mientras haya algo que me guste o disguste seguramente estaré llenando de letras esta página en blanco tal como lo hago en este preciso momento.

Sexo y literatura


Lo último que había leído fue el libro de “Amanecer” de Stephenie Meyer. Por cierto me debo una entrada sobre eso, solo diré por ahora que sufrí tal adicción a la autora que como parte de mi tratamiento postergue la compra de su último libro (La huésped) por tres semanas.

Dado que por el momento lo que me sobro fue tiempo, y como parte de mi desintoxicación S. Meyer, decidí leer uno de los libros que tenía pendientes. Se trata de nada menos que DE CHICA QUERÍA SER PUTA, primera novela de Elena Sevilla quien es egresada de la Sociedad General de Escritores de México.

El libro me encantó. Obviamente como el sexo si vende desde que vi el titulo supe que tenía que leerlo, así que sin mayor referencia y gracias a mi espléndido amigo Gustavo que me lo regalo lo obtuve.

Una de mis raras costumbres es que si no tengo ninguna referencia acerca de lo que voy a leer, prefiero empezar directo con el contenido del libro por lo que hasta que lo termino reviso la introducción. Esta vez no fue la excepción sin embargo, al hojearlo me di cuenta de que la introducción era de nada más ni nada menos que de MARTHA LAMAS. Otra señal más de que seguramente se trataba de un buen libro. ¿Qué quien es Martha Lamas? Pues se trata de una antropóloga con obras destacadas en el tema de género, por lo que la revisión de su obra fue de obligatoriedad en mi tesis, aunque no por ello menos placentera. Por lo anterior consideró que no pudo haber sido más certera la persona elegida para dar introducción al libro de Sevilla.

El libro trata acerca de la vida de varias mujeres: Isolda, Marisa, Blanca, Lidia, Sara y la narradora principal de quien no se menciona el nombre. Mujeres de personalidades distintas pero que gracias a su género terminan teniendo muchas características en común entre las que destaca la soledad.

La novela por ratos hace reír de la forma tan desenfadada en la que aborda la cotidianidad de los encuentros sexuales y desencuentros amorosos. No obstante hay partes en las que se convierte en una descripción seria que denuncia la inequidad derivada del género. Así que queridos lectores fantasmas no puedo menos que recomendarles leer DE CHICA QUERÍA SER PUTA.