05 agosto 2007

DE BORRACHOS Y CELULARES

Ya que nuestras autoridades se sacaron de las mangas un nuevo reglamento de tránsito deberían crear un decreto que ahora incluya la prohibición del uso de los teléfonos celulares en estado de ebriedad.

Lo anterior les aseguro que le hubiese ahorrado a más de un@ dolores de cabeza derivados de las llamadas en plena madrugada de ex­-novi@s (amantes, amigovi@s o uno que otr@ despistad@ enamorad@) para confesiones románticas, mentadas de madres o propuestas indecorosas derivadas de un estado etílico.

Mientras doy a conocer mi iniciativa de Ley a las autoridades correspondientes, les recomiendo que si van a beber, mejor entreguen junto con las llaves del auto al conductor resignado su celular y le pidan que a toda costa les evite el uso de cualquiera de los dos si se ponen lo suficientemente ebrios para regarla.

Y como muestra fiel de lo que puede llegar a pasarle a los despechados, les dejo la trascripción del siguiente artículo.


LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS
HÉLLTABOO VALDES
DELIRIUMS TREMENS


Está bien. Confieso. Mi odio hacia
los celulares obedece a razones
Muy diferentes a las que aquí descritas.
esperaba conservar mi buen nombre
cuando, de pronto, recordé que
la última vez que vi mi dignidad, estaba
tirada en el piso, y como ya la había
chupado el diablo...

Todo comenzó un martes. Decido ir con
un entrañable amigo a conocida y lúgubre,
pero divertida cantina del Centro Histórico.

Tras las primeras cuatro heladas “aguas
de cebada”, mi acompañante pregunta por
La que se fue. Garrafal desacierto, pues una
pregunta que puede responder con un simple
y verídico “no sé”, comenzó a enredar los
recuerdos mal almacenados en mi cabeza.

Enérgicamente planto la botella de cerveza
en la barra y pido otra, decidido a curarme
a la mexicana uno de esos extraños amores
en que una de las partes ama sin reservas y
la otra se reserva para otra mejor ocasión.
Empiezo a despotricar contra la ingrata que
me despechó.

Más insisto en que eso es pasado, que he
jurado no volver a llamar...es más, ni siquiera
devolverle el saludo si un día el destino
y sus bromas deciden cruzar nuestros
caminos otra vez.

Recuerdo a ver salido del Salón Kloster
Rumbo al Río de la Plata. Recuerdo abandonar
el Río y avanzar de sinuosa manera hasta
La apestosa. Recuerdo dar paso a los
lamentables mensajes vía celular. Y recuerdo
muchas cervezas pasando por mis manos.

El miércoles llega sin pretexto para mi
jefe, quien espera la mejor oportunidad para
darme las gracias por mis servicios prestados.
Mas mi mente está en otro lugar. Aun
cuando las sábanas que me cubren son
familiares, no son las mías. Tampoco es
normal el peso de otras piernas sobre las propias.

Tan desnuda como yo, dormita La que fue.
Mi angustia la despierta, me dedica una
de esas encantadoras sonrisas suyas y me
pregunta si voy a prepararle el desayuno.
¿Cómo le explico que sólo deseo quemar
mis ojos con colillas de cigarro por no
respetar mis propios juramentos?
Celulares y alcohol: fatal combinación.

Fuente: Shock (Suplemento semanal de
Excelsior) Julio, 2006.

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